LA VIRGINA

San Pedro y la bici

Aquí, en la Virginia entre la naturaleza calurosa de los habitantes está la bicicleta. En todas partes del pueblo, si es preciso, rueda las llantas tras un pedaleo, cuyo ritmo va contra el viento. Es notable, como, a través del movimiento corta las distancias de un lugar a otro. Recorre, poco a poco, aquellas calles polvorientas donde rueda el sol como una naranja que se pudre.

Asombra ver, en estas tardes, el desfile de bicicletas entregadas a armar una contradanza, con furor, con un movimiento mecánico, firme ante el viento, como un baile donde la levedad de las cosas se acentúa en los ojos. Semeja, pues, que flotaran espléndidas en una tranquilidad que, alineadas con la presencia del hombre, componen el detalle de ser uno solo. Aquí, la bicicleta es el hombre en su extensión, vive e impone su existencia y en ella reside el pasado y el presente, repentinamente, dibujando en el pavimento figuras que se borran como huellas. En pueblos como estos, tan planos, tan extenso su valle bordeado por  dos ríos cansados de llevar muertos. Recuerdo, si es preciso, una fotografía donde El caballero Gaucho, recorre en una bicicleta las calles anchas del pueblo, sonriendo ligeramente, mientras el pedaleo queda detenido en el tiempo y su llegar cada vez más cercano. 

Las cosas que están cerca de nosotros, poco a poco, se van nutriendo de la esencia que somos. San Pedro, habitante del pueblo, posee una bicicleta san tropel de más de 50 años. En ella, como una pintura barroca, ha puesto un centenar de artículos en todo el marco, manivela, guardabarros, rines. Semeja, entonces, que llevara un universo que pende de su bicicleta, donde cada artículo, cada imagen que ubica, lleva una historia. San Pedro, con sombrero y camisa a cuadros, con figura tranquila, se sienta en el parque Los Fundadores, donde a un lado ubica su  bicicleta, mientras la mañana pasa como un ejército vencido, dejando apenas un desgano en el aire. Al verla, llenamos los ojos de colores, de formas, de una expresión de asombro, que hierven nuestros sentimientos, brutalmente, en forma de silencio. La bicicleta y San Pedro son uno solo, parecen pues, aquellos intérpretes que crean una cercanía con su instrumento que, finalmente,  es la música de su propia carne la que interpretan. Poco a poco, San Pedro, ha creado de su bicicleta un poema, entendiendo aquella enunciación de Gabriela Mistral: “Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón.” Su vida, en fin, está escrita en su bicicleta, en cierto sentido, es él quien la conduce y la define.