ENBICI-Revista

Hola amigos de En Bici, les compartimos lo que ha llamado nuestro editor Gustavo Colorado Grisales "un perfil no autorizado" de Julio César González (alias Matador) en su faceta de caricatu-ciclista. Disfruten su lectura.

PEDALEAR ES COSA SERIA

Aunque algunos no lo crean, el hombre se toma su bicicleta en serio. No por nada se despelleja el trasero todos los días dándole al pedal en la ruta que lleva a El Manzano, por los lados de La Florida. Al verlo pasar, los campesinos se desternillan ante esa figura de esqueleto barrigón. Si señores:   a diferencia de esos ciclistas circunspectos que lucen uniformes a imitación de los grandes equipos europeos, este usa una camiseta con la imagen estampada de un esqueleto. Solo que la panza del modelo genera ese especial efecto: un esqueleto barrigón. Años y años de cerveza Póker en el bar El Pavo dejan ese tipo de secuelas.

Pero nuestro héroe insiste y todas las mañanas emprende la aventura. A lo mejor así rinde  tributo a su papá Ovidio, cuando en los años setenta lo llevaba al colegio La Salle en la canasta delantera de una vieja bicicleta en la que, de regreso, acarreaba los cueros y materiales para su taller de calzado Bianchi. En su ruta de retorno, se gorrea el desayuno en casa de mamá Alicia, una de esas mujeres valientes que le da su propia Vuelta a Colombia pedaleando en sus eternas máquinas Singer y Brother en las que desbasta materiales para los fabricantes de zapatos en la comuna Villavicencio.

Bueno, ya es hora de presentar a nuestro anti héroe: se trata del caricaturista Matador. Como  a todo  humorista, al tipo le toca  estar de buena onda todo el tiempo. Ya lo cantó Javier Solís: “Soy un triste payaso / que en medio de la noche/ me pierdo en la penumbra/ con mi risa y mi llanto”. Para curarse la neurosis, Matador se inventó un singular ritual.  A las cinco de la madrugada se sienta  frente al computador, abre las ediciones digitales de los periódicos y así se entera de los horrores del mundo: esa es la materia prima de su trabajo. A las seis en punto, mientras Juanes canta el himno nacional a ritmo de rock en una estación idem, le prepara un tetero avinagrado a su hijo Mateo  y lo  acuesta a dormir, quiera o no quiera el pequeño: el caricaturista es un papá políticamente incorrecto. Luego acaricia el trasero de su bici con la misma devoción que algunos costeños dedican a sus burras. Como todo buen ateo, se santigua antes de iniciar la jornada y toma la vía paralela al río  Otún.

Al volver a casa, se sienta de nuevo al computador, un poco más liviano y convencido hasta el tuétano de que pedalear es cosa seria.